No era el superclásico que me esperaba -
Quizá se volvió un tema desgastado desde las polémicas de la final por Copa Libertadores del año pasado, pero, aun así, el Boca-River siempre será un partido de gran relevancia, no sólo en Sudamérica, sino a nivel mundial. Atrae ojos, prensa y hasta nuevos fanáticos, toda la atención del planeta fútbol se torna hacia este partido, el fervor se siente en las calles, incluso las que no son argentinas.
El primer golpe lo dio el millonario en su cancha, muchos daban la llave por definida, pero faltaban en 90 minutos y en la Bombonera, una de las canchas más imponentes del continente, cosa que no podía pasar como un dato menor. Las tribunas estaban llenas, el público acompañaba pensando que la remontada era posible. El Xeneize entró con todas las ganas, rápidamente ganó el campo, hizo retroceder líneas a su rival y abría las puertas de lo que esperaba su hinchada. Sin embargo, el gas se le acababa muy rápido, antes del 30’ se empezaron a notar trazas de cansancio y el equipo local empezaba a cometer los mismos pecados de la ida, pelotazo al 9, poca elaboración y muy baja contundencia. Con poco, los de la banda cruzada, recuperaron el campo perdido y emparejaron las acciones antes que se acabara la primera mitad.
La segunda parte comenzó con una tendencia similar al inicio del partido, se notaba el empuje de la charla del DT en el entretiempo, pero esta vez le duraría menos, equilibrando las acciones antes del 60’. El tiempo se terminaba, el ansiado gol no llegaba y el encuentro se hizo soso, el estadio se silenciaba de a poco, ante la poca reacción que tenía su equipo. La paciencia se le acababa al técnico del azul y oro, y hacía ingresar la gran inversión de Boca, Jan Hurtado, por Wanchope Ábila, de muy pobre partido, junto a uno de los jugadores de más experiencia de la plantilla (con Carlos Tevez), Mauro Zárate, sacrificando al juvenil Almendra. Tardaron un poco en hacerse sentir, pero en los últimos 15 minutos, Boca recordó que tenía que ganar el partido, volvió a adelantar líneas y a protagonizar las acciones de juego. Recién al 80’, de pelota parada, por donde le había ganado todo el partido a su rival, consiguió el descuento en el global. El estadio estallaba, los ánimos se iban a las nubes, veían la luz al final del túnel, estaban muy cerca de forzar los penales y soñar con otra final de la Libertadores. Sin embargo, la tónica no cambió demasiado, el exceso de balones largos les hacía perder oportunidades, frente a una defensa que pocas veces se vio superada. La mezcla de experiencia y juventud, con Pinola y Martinez Quarta, le daba resultado a Marcelo Gallardo, que ya no estaba tan tranquilo en el área técnica.
Al final, lo ganó Boca (por la mínima diferencia), pero no le alcanzó. La gente se quedó animando a su equipo, quizá porque ganaron el partido y debido a que se sintió que intentaron voltear la serie, de pronto no de la mejor manera, pero la fanaticada siempre le reconocerá a su equipo la actitud por ir a ganar un juego, en especial éste. River clasificó a la final, pero quedó la sensación que traicionó su estilo de juego, fueron por el 0-0, a trabar el partido, a jugar con la desesperación del rival. Les terminó saliendo, pero dejaron una sensación extraña, algo con lo que uno no relaciona a este River de Gallardo. Hay que decir que el árbitro fue localista, es imposible negarlo, pero desde la disposición de los jugadores, siempre se espera más del actual campeón de América, que esa noche, no propuso nada.
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