Tinta Culé | Aún no se ponen límites -

Pasó otra jornada y el Barcelona sigue invicto. El último en quedar en el camino fue el Valencia, descansado y con buenos recuerdos del Camp Nou, pero tampoco. Marcelino demostró que sabe donde le duele a los de Valverde y Guedes, en el campo, lo ejecutó desde el inicio. Otra vez Ter Stegen se erigió como figura, haciendo que los suyos respiraran, entraran en el choque y en el primer cuarto de hora ya ganasen gracias a Suárez, quien recibió entre líneas de Coutinho, como mismo hacían en Liverpool.

Después, lo de siempre, al menos desde que el txingurri tomó las riendas. Una vez encima en la pizarra el mandamiento establecido es el control. Claro, el cansancio a esta altura hace mella, lo visto ante la Roma lo demuestra. No obstante en La Liga ha sido diferente. Ha bastado con una marcha menos, principalmente en casa. El guardameta alemán mantuvo a los azulgranas en pie, dejando en nada las acometidas que conducían por banda izquierda Gonçalo y Gayá, en busca de que las hiciese válidas un inspirado, pero inefectivo Rodrigo. Soler también se entregaba, aunque con lucha casi nunca alcanza para hacerle daño al Barça.

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Del otro lado, Iniesta arrancaba ovaciones, sabiendo que posiblemente sean unas de las últimas en el Camp Nou. El 8 era una pesadilla para el conjunto Che, que también se mantenía en el partido gracias a Neto. Messi pasó el protagonismo a los necesitados, no sin antes tratar de colar otro balón en las redes rivales, como lo viene haciendo hace más de una década, una y otra vez, sólo que este sábado no fue. Culpable, el brasileño de los guantes que usa el 1 en la espalda. Así pasaban los minutos, el marcador no se movía y la tranquilidad reinaba en la Ciudad Condal. Una mirada al récord realista de casi cuatro décadas atrás, amén de poner uno de los ojos en Madrid, lugar en el que pudiera caer uno de los dos títulos a los que aspiran los culés.

Para mayor solvencia en el verde, Umtiti, criticado con razón tras el fracaso europeo, puso su cabeza al servicio catalán, desviando de forma imparable el centro desde la esquina de Coutinho, colocando el 2-0 que pintaba a definitorio. Valverde, fiel a su estilo, retrasó los cambios como si no existiera mañana o, simplemente, porque no confía en la retaguardia, incluso ni habiendo 150 millones invertidos sentados en el banquillo. A falta de 15 minutos quiso refrescar las poco agotadas piernas de Philipe para dar entrada a Dembélé, un cambio de cheque invernal por el veraniego, algo que algunos no entendemos, pero no pasó por inadvertido ya que el joven francés cometió una imprudencia que Parejo convirtió en el descuento a falta de cinco para el final. Segundos antes de lo que algunos quisieron ver como tragedia, Valverde puso el recinto blaugrana a los pies de Andrés, colocando en cancha al olvidado Denis Suárez, quien pudo en poquísimo tiempo quitar el nudo en la garganta culé, pero mano a mano desaprovechó esas opciones que dan mucho, aunque quitan más. Tras el pitazo, la calma, la celebración cautelosa, récord absoluto en cuanto al quehacer doméstico y sacar las cuentas de campeón. Cifras que para impacientes pasan por el césped maldito de Balaídos.

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